Compara la vida con un embudo. Al principio nos movemos libremente por la parte ancha, sin pensar, sin demasiadas obligaciones, sin tener que reflexionar. Pero después, cuando nos adentramos en el embudo, entramos en la parte más estrecha y entonces hay que seguir hacia delante. Las paredes se estrechan. No se puede volver atrás, no se puede andar, los demás te empujan, hay que ir en fila, en orden. El verdadero amo de ese embudo se supone que al final consigue aprender a llegar a apreciarlo...
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